31/3/13

Unidos por una misma fe


La resurrección de Nuestro Señor supone un antes y un después en la historia material y espiritual de la humanidad. Es tan importante que incluso el tiempo, los siglos y los años se dividen tomando como punto diferenciador ese milagro: antes, y después de Cristo. Pero aparte de ser un punto de inflexión es, sobre todo, un acto de fe. La resurrección sólo es por la fe. Sólo por la fe cree el apóstol Juan cuando se acerca a la tumba y ve el sudario y las ropas: "entonces vió, y creyó" (Juan, 20). Ni María Magdalena, ni siquiera Simón Pedro, fueron capaces de discernir acto tan sublime y milagro tan importante, a pesar de que lo tuvieron y lo vivieron frente a frente. Sólo cuando vieron al Señor resucitado y ante ellos, y con ellos, creyeron. Para ellos era necesario e importante ser testigos vivos y reales de la Resurrección, porque serían los primeros encargados de transmitir la Buena Noticia, es decir: el Evangelio de la salvación.

Pero ahora, en nuestros tiempos, a nosotros nos compete la fe. Una fe que debe ser viva y abrasadora en el mundo y la sociedad descreída de hoy (y de ayer). A pesar de ser testigos directos de la resurrección, los primeros cristianos no lo tuvieron fácil. Nosotros tampoco. Pero debemos transmitir esta verdad con todas nuestras fuerzas y toda nuestra pasión, porque es la única, la mayor, la verdadera esperanza humana. Si este mundo se acaba aquí, si esta vida no sirve más que para llorar y sufrir, entonces ¡bebamos y comamos, que mañana moriremos! (1 Corintios 15). Pero si, por el contrario, la vida vence a la muerte, y la muerte ya no tiene dominio sobre los hombres, entonces es que estamos ante algo realmente grande.



Siempre debemos tener presente la resurrección del Señor, en todo momento e instante de nuestras vidas, no sólo porque es primicia y anticipo de la nuestra, sino porque es nuestro más firme asentamiento, la convicción y fortaleza de nuestra fe.

Dios ha extendido la mano hasta el hombre; mucho más: ha llegado a ser hombre, para trascender nuestra naturaleza y hacernos cercanos a Él. En la Resurrección ocurre el misterio de los misterios, la esencia misma de nuestro ser y de nuestra misma existencia. La Vida Eterna es la vida última, la vida verdadera. Y esta vida sólo es "un viaje de paso", un peregrinaje lleno de peligros y de traiciones. Ciñámonos con este fundamento de la Resurrección de nuestro Salvador, punto central y vital de nuestra fe, para poder discernir la luz que nos guíe entre tanta oscuridad que nos rodea. Porque el camino no está exento de trampas, pero el Señor, hoy, en el día de su resurrección, ha vencido al mundo. Celebremos y cantemos de gozo, porque hoy hemos dado un paso más hacia nuestro destino final, nuestra patria verdadera. Nuestra propia resurrección.


| Manuel Darkgray

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