11/5/13

La alegría cristiana

Hace poco me comentaba una madre que su hija siempre estaba de fiesta, que dijera lo que le dijese no le hacía caso y que casi nunca paraba en casa. Yo hablé con esta chica y su respuesta me dejó algo menos que perplejo: "el cura de mi parroquia dice que hay que divertirse y tener alegría, que un cristiano tiene que estar feliz". El cura de su parroquia no se equivocaba, pero ella tomó esas palabras -como tantas veces suele ocurrir- al pie de la letra, sacando de ellas lo que quiso.

Pero en cualquier caso no es la única persona, ni mucho menos, que aún hoy en día confunde la pausada serenidad de los santos y su resignación a la voluntad de Dios con el "pasárselo bien".

Y es que la alegría cristiana es una alegría del alma, no es una alegría de juerga. Es una alegría que fluye de nuestro corazón, en armonía con el corazón de Dios, hacia los demás, y no desde el exterior hacia nosotros, como la alegría humana. No es una alegría que depende de los hechos y las circunstancias, sino una alegría que se expresa en la esperanza de la vida que nos aguarda. De la vida eterna. Es la felicidad que se nos transmite aún en las horas más dramáticas, como Jesús decía: " Pero yo os digo la verdad: Os es necesario que yo me vaya; porque si yo no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré" (Juan, 16,7).


Si la delicidad cristiana fuera estar de risa y de jolgorio, entonces las monjas y monjes que se encierran en monasterios para adorar y contemplar a Dios serían los seres más desdichados del mundo. Si la felicidad fuera "hacer escapadas y salir de marcha", los grandes santos que pasaron años apuntalados en el lecho del dolor serían los más desafortunados de la creación. Pero no es así. Por fortuna para los cristianos.

La felicidad evangélica, la felicidad que relatan los Evangelios, es algo que nos mueve a afrontar las penurias y pruebas de este mundo con calma y templanza. Genera en nosotros una fuerza espiritual que hace que seamos más firmes en la fe.

Es, en suma, un anticipo de nuestra felicdad celestial en dosis ínfimas, pero valiosas en este "valle de lágrimas" que es la existencia humana. Es una felicidad que ninguna circunstancia, ni ninguna persona, puede arrebatarnos. Porque es un regalo de Dios.

| Manuel Darkgray

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